miércoles, 30 de diciembre de 2009

De nuevo.


Todos se preguntan a menudo qué se sentirá ser como alguna celebridad. Yo ya dejé de hacerlo. Viví tanto tiempo fuera de mí que llegué a un punto donde me vi obligado a preguntarme qué se siente ser yo.

Y sé que a nadie le importa.

Ser yo es despertar y darse cuenta que aquí no tienes motivos para despertar. Notar que no sabes si esta amaneciendo o la noche ha de llegar de un momento a otro. No saber en qué día vives. Tener la mente en ocho lugares diferentes. Siempre lejos de aquí, intentando bloquear todo lo que no debe estar en ella. Dejarte morir, tirado en el piso, dejando que tus ideas se rieguen por ahi, dejándolas escapar. Imaginar líneas y ser solamente capaz de dibujar puntos. Es llevar tu sangre hasta su punto de ebullición. Es estar molesto segundo a segundo con uno mismo.

Y es muchas otras cosas de la misma naturaleza en estos momentos, porque en estos momentos no soy mucho más que un payaso sin hogar. Soy como un árbol que ha dejado de proyectar su sombra.

viernes, 11 de diciembre de 2009

De verdad lo siento, no puedo dormir.

Historias de baños.

Hasta hace dos minutos me encontraba acostado en mi cama. Boca arriba.

Realmente no tengo idea por qué disfruto tanto acostarme boca arriba si jamás puedo dormir de esa manera. Solo cuando estoy exhausto y créeme, eso no pasa seguido -no porque jamás me canse, sino porque no hago actividades que puedan provocarme tal estado-. Mientras estaba ahi, inmóvil, mirando el mismo techo que infinidad de veces he mirado en noches increíblemente parecidas -porque aquí, lamentablemente, las noches en primavera, invierno, otoño o verano son practicamente lo mismo- me puse a pensar en eso que todos pensamos cuando no tenemos por qué pensar. En todo.

Recordé todas y cada una de las veces que he entrado a algún baño público. Contadísimas. Si hoy encontrara en el camino a un sujeto y me dijera que sabe todo lo que he hecho en mi vida y eligiera al azar un aspecto de ella que se hubiera repetido más de una vez y por cada una de esas veces me cortaría un dedo de los diez con los que cuento en las manos, aún me quedarían tres.

Nada mal, no tendría una deuda más.

La verdad es que les tengo miedo a los baños públicos. Aún si son para una sola persona. Bien, especialmente si son para una sola persona. No sé de qué se trata. Jamás tuve ninguna mala experiencia que se relacione en lo absoluto con baños públicos. Simplemente me aterran.

Lo más curioso es que jamás he entrado a hacer uso de ellos.

La primera vez llegué a ellos por error y salí de prisa. Nada especial.

La segunda vez fue en un restaurant, de esas veces que símplemente no sabes qué haces ahí y con esa clase de gente. Sentí la necesidad de salir de ahí, arrancarme la corbata y, con un poco de suerte y mal cálculo, la garganta. Solo me disculpé, y no tuve otra salida que dirigirme al baño. No hice nada. Me paré frente al espejo sin mirarme realmente. Cuatro minutos y treinta y tres segundos.

La tercera y la sexta fueron exactamente iguales. 2:35 y 4:06 minutos y segundos en cada una respectivamente.

Las otras tres no recuerdo siquiera haber entrado. Solo desperté dentro de ellos. Una bañado en sudor, otra en vómito y otra en sangre de alguien más.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El caballero del piso de abajo.

El cenicero esta abierto. ¿Lo ves? Me esta invitando. Me invita a consumir rápidamente 12 minutos de mi vida. No sé qué hacer, ¿sabes? Cada noche es igual. No lo soporto. Los pensamientos, los recuerdos, los dolores, los mareos, los cigarros, el olvido, el sufrimiento.

La desesperación.

No sé si te des cuenta de lo que pasa. No sé si te des cuenta de cualquier cosa. A veces creo que no existes en realidad. Tan ajeno a lo que pasa. Tan ajeno a mí, a ti. No sé dónde crees estar. La última vez que miraste, los átomos eran aún indivisibles. ¿Por qué el desinterés?

No tengo nada. No hago nada. Y todo cae. Todo sale bien, sin siquiera mover un dedo. A veces creo que soy el consentido de Dios, pero Dios no existe. ¿Quién mira de mí entonces? Es un caballero. De verdad lo es. Usa traje, zapatos lustrosos, sombrero y bastón. Jamás vi a alguien tan elegante antes. Viste de negro. Cuando me habla, lo hace amablemente. A veces logra seducirme de formas que no creía posibles, pero todo esta en su voz. En su voz y en su mirada.

Recuerdo claramente cuando me convenció de incendiar esa escuela. Me dijo que no importaba a nadie, que nadie extrañaría a esos niños ricos. Fuí yo. Ni siquiera lo culpo por haberme convencido. No podría. El jamás haría nada malo. Solo me dió un consejo y yo lo seguí. Al pie de la letra. Creo que fue lo mejor. Cuando me hablaba, su voz era tranquila y dulce. Sus ojos me conquistaron y ni siquiera puso un dedo sobre mí. Me sedujo. Usaba sombrero y tenía ojos hermosos.

Aún estando aquí, encerrado en este cuarto, el caballero cuida de mí. Dice que tiene grandes planes para mí. Que debo seguir, si así lo quiero, su consejo. Que no me hará daño. Que saldré de aquí, pese a lo que ellos dicen. Los hombrecillos de blanco. El caballero me visita y evita que me vuelva loco. Su aliento entra en mi cuerpo y todo es dulce. No puedo esperar la siguiente noche para verlo, para dejarlo seducirme. Y cuando se va, se convierte en la estrella de la madrugada que siempre esta ahi. Inmutable. Inmóvil.