viernes, 29 de octubre de 2010

Ahí ya no vive nadie.

Camina conmigo por las calles amarillas, tuerce el gesto ante ese inconfundible olor a orines y alcohol. No sé, pero jamás me ha parecido tan molesto. Bueno, para ser justos, ella es una bella chica, delicada y de ojos grandes; yo soy un hombre de los que lleva barba por pereza y vivo solo en un apartamento del piso siete a donde nadie sube ya.

La verdad es que no termino de entender cómo un edificio como este ha alcanzado tal nivel de abandono. Si le quitara unos quince años de polvo, seguiría como si nada. Quince años de polvo, tres décadas de soledad y le añadiera una pizca de sal. Porque, pese a los que todos me digan, la sal hace que todo sepa mejor.

A ella la encontré el mismo día que llegué a la ciudad, hace algunos meses. Tan pronto como puse un pie aquí, busqué algún lugar que me hiciera sentir que estaba en casa por fin. ¿Qué encontré? Una mugrienta avenida llena de bares a la vuelta de la estación. Sí, definitivamente estoy en mi hogar, me dije. Entré al más vacío que encontré. Era, curiosamente, el mejor iluminado de todos y el olor a ebriedad era casi imperceptible.

Algunas copas más tarde se volvió a abrir la puerta principal y entró ella. Parecía buscar desesperadamente algo, pero su semblante era de profunda armonía. En realidad no podría precisar qué fue lo que me dió esa impresión, pero me parece que fueron sus ojos. Hasta ahora no estoy seguro. Se acercó hasta la barra y, tras cruzar, con el sujeto detrás de ésta unas palabras que no alcancé a escuchar, se sentó junto a mí. Mentiría si digo que recuerdo perfectamente qué usaba, de qué hablamos o qué pasó después.

Desperté al día siguiente en un viejo apartamento en el séptimo piso de un edificio ubicado en lo que supuse era el centro de la ciudad.

Algunas horas más tarde, mientras me encontraba en una habitación contigua a la mía, escribiendo sobre cualquier cosa, sonó el teléfono. En realidad la existencia de ese teléfono era algo que jamás hubiera imaginado. Fue hasta ese momento que me di cuenta realmente dónde me encontraba, aunque no me sorprendió el hecho de no habérmelo cuestionado antes. Simplemente asi soy yo: no me preocupa realmente el lugar en el que caiga, si no me falta nada por el momento.

Me levanté del piso y pude ver las particulas de polvo alzarse junto a mí. Al descolgar el teléfono escuché una voz femenina y su recuerdo me llegó subitamente. Sólo me dijo "nos veremos en las escaleras de tu edificio en 25 minutos, ¿te va bien?". Accedí y la llamada terminó.

Decidí que lo mejor sería darme una ducha y eliminar cualquier rastro de alcohol de mi alhiento.

Al salir del apartamento, descubrí que no había más que una puerta frente a la mía. No tenía número, ni señales de ningún tipo. Supuse que se trataba de alguna especie de bodega y tomé las escaleras. En realidad pensaba que nos encontraríamos en la puerta del edificio o la sala de estar del vestíbulo, en caso de que existiera alguno. Me sorprendí al encontrarla sólo tres pisos más abajo, sentada en un escalón.

Luego de reprocharme por haber llegado cinco minutos antes, se levantó y bajamos. Me pareció extraño el hecho de que la razón de su reclamo fue que aún no estaba lista.

Desde aquel día han transcurrido ya algunos meses y nos vemos diariamente. Casi siempre en el mismo escalón que el primer día, a menos que se encuentre ocupada o deba encontrarla en su trabajo, a unas calles de mi edificio.

Generalmente nos dedicamos a caminar por la ciudad o sentarnos en algún parque o en algún café y hablar. Hablar, hablar y hablar.

No hablamos sobre algún tema en especial, sino sobre cualquier cosa que nos venga a la mente. Un día le pregunté si sabía cómo había llegado aquel día al apartamento, a lo que me respondió que saliendo del bar comencé a caminar sin sentido y entré al edificio, subí hasta el séptimo piso y abrí la puerta. Supongo que seguía buscando algún lugar que me hiciera sentir en mi hogar. Habiéndome respondido, le pregunté si sabía qué pasa con la puerta frente a la mía, a lo que simplemente respondió: ahí ya no vive nadie.

1 comentario:

aamb dijo...

Perdona si no me fuí a dormir, perdona si no te esperé leyendo un libro, perdón si te seguí pero necesito leerte, saber que hay algo tuyo e intentar dejar que pase la noche sin haberlo visto me es imposible. Tus textos son muy importantes para mí, habrá muchas razones y no las niego, pero la principal es que me gusta leer cada oración que creas, me gusta saber de tus personajes y me gusta saber de ti, y quiero que lo sepas.

Ahora disculpa que te haya interrumpido, espero tu llamada y mientras pasan los minutos pienso en la envidia que le tengo, quiero un departamento como el suyo, yo también necesito sentirme en mi hogar, quiero sentarme y hablar y seguir hablando como en aquellos tiempos.

te amoo