domingo, 31 de agosto de 2008

La señorita Isabel nos hizo el favor de morir.

Entre un mar de vino, humo, melodías, sangre, saliva y sudor, la señorita Isabel nos hizo el favor de morir.

Isabel nació esta misma noche de una simple idea. Una palabra, un cigarrillo y algunas tazas de café han sido suficientes para crear toda una vida y destruirla en menos de dos horas.

Triste la vida de los personajes de ficción!

Su vida, como la nuestra, a merced de su creador. En nuestro caso Dios, el Universo, la Ciencia o en cualquier cosa que se crea; en su caso, nosotros. Como cualquier personaje que vemos en las series de televisión, que duran muchos años (aún si su creador muere), o simplemente no pasan de una temporada ¡o peor! de un miserable piloto. Muchas personas hemos tenido la (¿buena?) suerte de mantenernos por veinte temporadas, cincuenta, sesenta y siete o incluso (unos pocos) más de cien, mientras otros son cruelmente deshechados en unos pocos años, meses o días.

Si, otra vez lo externo: No estoy conforme con el mediocre manejo que nos dan.

Digo "que nos dan" porque, si bien podemos hacer nuestro propio camino, siempre dependemos de condiciones externas, superiores a nosotros, que no siempre son favorables.

Volviendo al tema, Isabel era una joven de cabellera rojo brillante. Hermosa. Nació un 23 de enero y cuando era pequeña gustaba de jugar con la tierra de su jardín, construír pequeños lo que fueran con ella y fotografiarlos con la vieja cámara que, alguna vez posesión de su padre, le fue obsequiada a los 4 años.

Cuando era una adolescente, como casi todos los demás, descubrió la música y no la hizo parte de su vida, sino que hizo su vida parte de la música.

Cuando llegó a la edad adulta, desarrolló (como yo, su creador) un gran gusto por el vino barato sin complicarse por su procedencia o nombre. Caminaba por las calles nocturnas respirando humedad y, con uno de sus más grandes (y pequeños) amores en la mano (el cigarrillo) imaginaba situaciones que se le antojaban hermosas. Coches en carreteras olvidadas que van entre campos repletos de hermosas y coloridas flores, bosques húmedos y frescos, noches secas acompañadas de alguien, cualquier día con un frío que cala hasta los huesos...

Isabel nunca sabía qué color le iba bien, pues sentía que su cabello no iba bien con nada. Le gustaba el color gris, pues le recordaba muchas de esas situaciones que imaginaba y se le antojaban hermosas. Le gustaba (una vez más, como a mí, su creador) el otoño, pero simplemente amaba el invierno. Su mes favorito, aun sin saber por qué, era noviembre y su comida favorita eran los libros.

Isabel, aunque nadie sabe cómo, por qué ni a qué edad, murió. Pero murió con una sonrisa en su boca. Casualmente se encontraba en su coche en una carretera que iba entre campos repletos de flores, una noche fría que calaba hasta los huesos y se dirigía hacia un bosque. En su bolso había cigarrillos y una botella vacía de vino tinto.

Lamentablemente murió sin compañía.






La señorita Isabel le hizo al mundo el favor de morir, pues a nadie era útil. La señorita Isabel nació, vivió y murió pensando y disfrutando sin importar qué. La señorita Isabel se reía de todo. La señorita Isabel fue para todos inexplicable.

La señorita Isabel nos hizo el favor de morir.

1 comentario:

shalala_la_la dijo...

Isabel, me gusta como futuro, solo que sin el final triste y solitario, me gustaria estar a su lado, sabria que no seria en en su final pero si en lo que le sigue después y si, a lado de su creador.

No me haria un favor al morir si no me haria feliz al nacer.