En fin, querido amigo, ¿qué puedo decirte yo? La verdad es que no termino de entenderlo, he dejado de prestarle atención. Me viene a la cabeza de repente una imagen de una mecha muy larga, encendida. La pequeña chispa corre velozmente sobre la mecha, dejando a su paso un rastro negro, como su cabello, y, de pronto, una cuchilla cae. La mecha se corta, la chispa se extingue a falta de combustible, todo termina. Tal vez el mundo esté a salvo. Tal vez la mecha era solo una mecha, tal vez no llevaba hacia ningún lado. Tal vez era ese su destino y el mío.
domingo, 22 de agosto de 2010
Algunos meses.
Es curioso, ir conversando y recordándolo todo. Poco a poco, no hay prisa. Ir leyendo linea a linea, caracter por caracter, incluyendo los espacios. Y me viene a la mente, súbita y vulgarmente como cualquier impulso nervioso que, lejos ya de considerarse un milagro, es un insípido choque eléctrico más: ella estaba dividida en dos. Me gustaría poder decir que se debatía entre su lado -el lado del tipo con el nombre falso- y el mío -el lado del tipo con nombre común, como el de los perros en los comerciales de alimento para perros-, pero no puedo hacerlo. Ella no buscaba un lugar para estar mejor. Ella buscaba dos mundos que pudieran servirle de aperitivo. Cuál sería el almuerzo, quién sabe. ¿A quién le importa?
jueves, 19 de agosto de 2010
La diferencia.
-Tal vez es hora de dormir - dijo ella-. Creo que es tiempo de dejar atrás este día. La verdad no ha sucedido nada digno de mencionar y días como estos es preferible no recordarlos jamás.
-Posiblemente tengas razón -dijo él en voz alta, aunque en realidad su cabeza gritaba: ¿por qué simplemente no entiendes que cada día que se te permite vivir es, por ese simple hecho, digno de recordar?-. Vayamos a dormir.
Y fueron a dormir.
-Posiblemente tengas razón -dijo él en voz alta, aunque en realidad su cabeza gritaba: ¿por qué simplemente no entiendes que cada día que se te permite vivir es, por ese simple hecho, digno de recordar?-. Vayamos a dormir.
Y fueron a dormir.
martes, 17 de agosto de 2010
Pequeño.
Por alguna razón recordé cuando era pequeño. No sé, supongo que a todos nos pasa. Un recuerdo de la nada. Al final son los que mejor saben. Lo que llega sin buscarlo.
En fin. Recuerdo cuánto me gustaba salir de mi casa hacia el terreno vecino, donde no había nada más que plantas, insectos y basura. Recuerdo cuánto me emocionaba encontrar empaques de sabritas tirados de muchos años atrás. Los recogía, los analizaba y los devolvía a su lugar, como si se tratara de algo que no tenía derecho a alterar. También encontraba botellas de refresco, lo cual era un poco peligroso, tomando en cuenta que eran todos de vidrio.
Juguetes rotos de niños perdidos. También los recuerdo. Realmente dudo que fuesen de niños perdidos, pero era lo que había en mi cabeza en aquellos momentos. Encontraba muñecas sucias, despeinadas, balones, muñecos sin brazos y hasta los restos oxidados de un triciclo pequeño. Para mí eran los restos dejados por varios niños y niñas que repentinamente se perdieron y los dejaron ahí. Para mí no había otra razón que explicara por qué un niño dejaría así a sus juguetes. Mis juguetes eran, tal vez trístemente, mis mejores amigos. ¿Por qué habrían de dejar ahi, abandonados, a sus mejores amigos?
También recuerdo que, cuando caminaba por la calle, temía pisar o patear algunas piedras. Por alguna razón sentía que, de hacerlo, iba a explotar Japón. No sé de dónde saqué esa idea ni mucho menos por qué Japón, pero así era. Si pisaba, pateaba o movía ciertos objetos, iba a explotar Japón.
De verdad.
En fin. Recuerdo cuánto me gustaba salir de mi casa hacia el terreno vecino, donde no había nada más que plantas, insectos y basura. Recuerdo cuánto me emocionaba encontrar empaques de sabritas tirados de muchos años atrás. Los recogía, los analizaba y los devolvía a su lugar, como si se tratara de algo que no tenía derecho a alterar. También encontraba botellas de refresco, lo cual era un poco peligroso, tomando en cuenta que eran todos de vidrio.
Juguetes rotos de niños perdidos. También los recuerdo. Realmente dudo que fuesen de niños perdidos, pero era lo que había en mi cabeza en aquellos momentos. Encontraba muñecas sucias, despeinadas, balones, muñecos sin brazos y hasta los restos oxidados de un triciclo pequeño. Para mí eran los restos dejados por varios niños y niñas que repentinamente se perdieron y los dejaron ahí. Para mí no había otra razón que explicara por qué un niño dejaría así a sus juguetes. Mis juguetes eran, tal vez trístemente, mis mejores amigos. ¿Por qué habrían de dejar ahi, abandonados, a sus mejores amigos?
También recuerdo que, cuando caminaba por la calle, temía pisar o patear algunas piedras. Por alguna razón sentía que, de hacerlo, iba a explotar Japón. No sé de dónde saqué esa idea ni mucho menos por qué Japón, pero así era. Si pisaba, pateaba o movía ciertos objetos, iba a explotar Japón.
De verdad.
lunes, 16 de agosto de 2010
Meses.
Últimamente he desarrollado la (¿buena? ¿mala?) costumbre de hablar solo. Si alguna vez lo notas, no te preocupes, no padezco de nada extraño. No, tampoco soy -tan- peligroso.
De unos meses para acá he decidido que la mejor manera de exponer puntos de vista es hacerlo al viento. Puede que algún discurso monte el viento y vaya a caer a oídos de alguien. Uno nunca sabe. Hace cuatro meses decidí poner en marcha mi plan: manejé hacia un parque solitario a mitad de la noche, me senté en una banca y comencé mi discurso. Hablé, hablé, hablé hasta que mi gargante no pudo más. Y aún después de eso, hablé un poco más. Es todo lo que necesito por ahora. Hablar. No es indispensable que alguien escuche. Alguien lo hará de cualquier forma.
Tal vez no pase nada. Hasta ahora nada ha pasado.
De unos meses para acá he decidido que la mejor manera de exponer puntos de vista es hacerlo al viento. Puede que algún discurso monte el viento y vaya a caer a oídos de alguien. Uno nunca sabe. Hace cuatro meses decidí poner en marcha mi plan: manejé hacia un parque solitario a mitad de la noche, me senté en una banca y comencé mi discurso. Hablé, hablé, hablé hasta que mi gargante no pudo más. Y aún después de eso, hablé un poco más. Es todo lo que necesito por ahora. Hablar. No es indispensable que alguien escuche. Alguien lo hará de cualquier forma.
Tal vez no pase nada. Hasta ahora nada ha pasado.
sábado, 7 de agosto de 2010
Verano.
-Lo más extraño del verano, es sin duda cuánto me agradan las clases -Dijo, de la nada, el chico-. De verdad, ir a la escuela cuando no se supone que debas ir presenta un gran atractivo para mí. Debe ser una de esas cosas que atraen a las personas porque no estan supuestas a ser asi.
-Sí, eso puede ser. Segúramente es eso -dijo la chica, pero en realidad su atención estaba por todos lados, menos en él-.
-No lo sé, creo que me gusta también la idea del verano y las playas. Es un concepto que disfruto en mi cabeza, pero la verdad es que odio la playa. Odio el sol quemándome y la arena pegada a mi piel. No puedo tolerarlo y no se debe a nada en concreto, simplemente no puedo tolerarlo. Pero mientras estoy en casa, me alegra pensar en las personas en la playa, tomándo el sol, alguna cerveza y charlando con sus acompañantes. Supongo que simplemente alegra el hecho de que exista esa posibilidad. Ya sabes, que tengo la opción de ir y hacer tal cosa, aunque tengo también la opción de no hacerlo.
La chica, esta vez prestando un poco más de atención, responde:
-Yo eso de las posibilidades no lo entiendo muy bien. Es más bien que no me lo pienso. En cuanto veo algo, simplemente lo hago o no. Eso es lo que me mantiene cuerda. Supongo que esa es otra de nuestras diferencias. Mientras a ti te llenan las posibilidades, lo que a mí me alegra es la decisión. No es que no me guste pensar, es que no es lo que mejor me sale. No aguanto comparar entre una cosa y la otra, me sabe mejor si sólo voy y lo hago. Es como correr hacia un barranco. Mientras corres no estas pensando "estoy corriendo hacia un barranco, voy a caer y voy a morir". Sólo lo haces.
-Sí. Es exactamente eso.
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